LA MÚSICA QUE PUDO ESCUCHAR JUAN ALTAMIRAS

El entorno cultural de cualquier creación humana sirve a veces para explicar ésta, y si no es así, al menos contribuye a contextualizarla y a situarla en un “estado de cosas”. Raimundo Gómez, más conocido por su alias o nombre de religión, fray Juan Altamiras, alumbró sus nutritivas y golosas recetas en un contexto vital, que podríamos calificar de ilustrado, al que la música –muchas veces considerada “alimento del espíritu”- no fue en absoluto ajena.

            Altamiras perteneció a la orden franciscana, en cuyos conventos se cultivaba la música a diario. Al canto llano del rezo cotidiano se sumaba, también cada día, la música de órgano, y en las fiestas grandes la presencia de capillas de música con variedad de voces e instrumentos. No faltaron buenos músicos franciscanos en el siglo XVIII. Una de las compilaciones más interesantes de música de tecla de comienzos del setecientos, en cinco voluminosos tomos, se debe precisamente a un fraile franciscano, el catalán afincado en Alcalá y luego en Madrid fray Antonio Martín y Coll, autor también de algunas obras vocales conocidas y de un método, un Arte de canto llano. Más cerca geográficamente de Altamiras se encuentra otro franciscano músico, fray Pablo Nassarre, darocense, ciego de nacimiento como su maestro Pablo Bruna, el ciego de Daroca, y durante más de cuarenta años organista en el convento de San Francisco de Zaragoza. Nassarre, de quien conservamos algunas composiciones vocales y para tecla, es autor de dos tratados: uno breve, de iniciación podría decirse, titulado Fragmentos músicos, y otro grueso, en dos volúmenes y con vocación enciclopédica, titulado Escuela música según la práctica moderna. Es muy posible que el joven Altamiras tuviera ocasión de escuchar al viejo organista Nassarre (que murió en Zaragoza después de 1726) improvisando en el órgano de la iglesia zaragozana de San Francisco, y quién sabe si pudo conocerlo en persona. Lo que no ponemos en duda es la relación existente entre libros como la Escuela música de Nassarre y el Nuevo arte de cocina de Altamiras. Si este último nos ofrece recetas para intentar reproducir hoy día, con mayor o menor grado de fidelidad a la fuente y acierto, y con los ingredientes de los que disponemos, platos del siglo XVIII que, comprobamos, satisfacen nuestro gusto, aquél, el organista ciego, nos proporciona a su vez otras recetas para, de nuevo con los ingredientes a nuestra disposición (ahora no legumbres, aves o pescados, sino fuentes musicales conservadas en archivos, e instrumentos musicales históricos, preservados de la destrucción y convenientemente restaurados o copiados), recuperar hoy composiciones del siglo XVIII, que, adecuadamente interpretadas, suenan a nuestros oídos como música nueva, viva, e igualmente satisfactoria. La recuperación de las recetas de Altamiras seduce nuestro gusto; la de la música del siglo XVIII, aplicando las recetas de Nassarre y otros tratadistas, seduce nuestro oído. Y ambas artes, culinaria y musical, se complementan de modo admirable.

            Durante la vida de Altamiras florecen en España algunos de los grandes genios de la música del país. Por encima de todos ellos debe citarse al bilbilitano José de Nebra (1702-1768), estrictamente contemporáneo de Altamiras, miembro de una importante familia de músicos aragoneses. José de Nebra trabajó desde que tenía quince años en Madrid, donde desarrolló una relevantísima carrera como organista, compositor para la iglesia y para los teatros públicos, músico de cámara y, al menos ocasionalmente, director, alcanzando los puestos de organista primero y vicemaestro de la Real Capilla. Seguramente Altamiras no escucharía jamás en vivo a José de Nebra, pero casi también con seguridad podría haber tenido acceso a alguna de sus obras, que alcanzaron enorme difusión por toda España e incluso llegaron abundantemente a América. Altamiras pudo disfrutar de alguna composición de Nebra ejecutada en Zaragoza, y también quizá pudo tratar a los dos hermanos menores del maestro, Javier y Joaquín, sucesivamente organistas en La Seo zaragozana. Asimismo coincide en el tiempo con otro célebre músico, maestro de capilla en La Seo desde 1756: Francisco Javier García Fajer, el Españoleto. Y es más que probable que llegara a oídos de Altamiras alguna composición del maestro europeo más famoso del momento, que recibía encargos desde todos los países, incluida España, y que se encuentra bien representado en los archivos musicales hispánicos, como el de las Catedrales de Zaragoza: Joseph Haydn.

Dado que los franciscanos no tenían vedada la salida del convento, cabe la posibilidad de que Altamiras tuviera ocasión de escuchar, fuera de casa, música profana y popular, y puede incluso que asistiera a alguna función teatral. En la casa de comedias y en otros muchos lugares florecían géneros como la tonadilla, las seguidillas, los fandangos y también la jota, que armonizaban la composición “culta” con elementos de la tradición oral del pueblo. Precisamente en la segunda mitad del siglo XVIII se establece una tipología de jota aragonesa que hoy reconocemos todos, y que aparece escrita en diversas fuentes hacia fin de siglo.

La música que se practica en la España de Juan Altamiras combina ingredientes muy variados, procedentes de la tradición contrapuntística hispánica, de los nuevos gustos que vienen de Italia y Francia, e incluso de Europa central (en Nebra, por ejemplo, se aprecian rasgos que vinculan su música con los estilos galantes y sentimentales, e incluso con el incipiente Sturm und Drang), y de las tonadas y danzas populares (seguidillas, boleros, fandangos, jotas…), que añaden sal, pimienta y otras muchas especias al puchero musical. En manos de los grandes compositores, el resultado es una música sabrosa, variada, rica, bien condimentada, con mucha sustancia, a veces delicada y exquisita y a veces contundente y recia, llena de matices…, calificativos todos ellos que igualmente podrían aplicarse a las recetas del franciscano. No es casualidad que, en aquel tiempo, los grandes festejos musicales (por ejemplo, la inauguración de un nuevo órgano) culminaran con una buena lifara, ni que los banquetes más sofisticados se acompañaran de excelente música.