DEVOCIONES ZARAGOZANAS EN LA ÉPOCA DE JUAN ALTAMIRAS

El siglo XVIII es el momento en el que la Iglesia se interesa, casi por primera vez, no solo en la vida espiritual de los feligreses sino también en la vida terrenal. Es el momento en el que la iglesia considera necesario que trabaje, como institución, en mejorar la alimentación, la sanidad, el nivel económico o incluso el cultural de la población que no casaba con el nuevo clima político ilustrado que imperaba en España

Este cambio de la Iglesia modificará radicalmente el concepto de ayuda a los demás. De una ayuda caritativa se pasa a otra asistencial, y este cambio fundamental en el concepto de beneficencia será el germen de la futura obra social. Esta transformación no supone un hecho aislado en la iglesia, surgen a partir de ese momento otros movimientos que irán dando forma a una Iglesia de la que somos hoy en día herederos. A la par de la formación de una iglesia asistencial, preocupada por la economía o la sanidad de la población, también comienza a surgir un movimiento dentro de la iglesia que pretende elevar el nivel cultural de los fieles y, sobre todo, el intentar transmitir una nueva religiosidad, o, mejor dicho, una nueva espiritualidad.

Armando Serrano pronunció este discursó en la primera sesión del I Ágora Juan Altamiras, celebrado en noviembre del 2022 en la sede de la Real Academia de Nobles y Bellas Artes de San Luis, situada en el Museo de Zaragoza.

No debemos pensar que existía una espiritualidad para las clases ilustradas y otra distinta para el pueblo. No eran compartimentos estancos, sino que en ocasiones había interrelaciones entre ambas esferas. Desde un punto de vista “nacional”, o general, podemos decir que era así. Encontramos una clase dominante, ilustrada, alfabeta y minoritaria que tenía sus propios modos devocionales de clase. Y por el contrario el pueblo escaso de recursos económicos, ignorante, con un analfabetismo elevado, inocente en cuanto a sus creencias y que estaba arraigado a unas tradiciones que tenían más de manifestaciones de religiosidad popular que de espiritualidad[1]. Buena parte de esta religiosidad popular quedaba plasmada en la participación en procesiones, romerías, rogativas o sobre todo la adscripción de la feligresía a un sinfín de cofradías que se convirtieron en la única forma de sociabilidad del pueblo llano.

De esta manera, la cofradía sirvió para extender entre sus cofrades un sentimiento de “grupo social”, afín a un gremio, a un barrio, o a una devoción particular, y se convirtieron en un vehículo de expresión privilegiada para manifestar una religiosidad popular imperante entre el común de la población. Aunque su origen se sitúa en la Edad Media, fue durante el barroco cuando el número de cofradías aumentó de forma exponencial llegando al máximo de implantación a mediados del siglo XVIII[2]. Este éxito “asociativo” no fue bien visto por las élites del poder que vieron como las cofradías se creaban sin ningún tipo de control por parte de la Corona o la Iglesia y podían incluso ya no solo convertir la espiritualidad en religiosidad popular sino también podían convertirse, en el siglo XVIII, en generadoras de conflictos sociales.

Pero estas dos maneras de entender la religiosidad, permítanme utilizar los adjetivos de ilustrada y popular, no debemos pensar que eran sectores estancos y enfrentados. Podemos decir que esta división era más palpable a nivel nacional, pero cuando acotamos la sociedad a estudio podemos comprobar cómo existían multitud de elementos comunes para ambas maneras de entender la religiosidad. Descubrimos un buen número de vasos comunicantes que realmente convertían esta división teórica de religiosidad ilustrada y popular en otra que podríamos definir como religiosidad nacional y religiosidad local. Y en esta última, en la religiosidad local, nos encontramos igualmente individuos del pueblo llano o miembros de las élites ilustradas del lugar.

Además, cuando intentamos analizar los integrantes de esa religiosidad local, descubrimos como se encuentra formada por el pueblo, por miembros de las élites políticas, culturales o religiosas y por burgueses. Este es uno de los triunfos de esta religiosidad local, el integrar a todas las clases y sobre todo a esos burgueses, con un alto sentido de la individualidad, en una conciencia colectiva, que, si bien no es de clase, si es de pueblo y pasan a formar parte de esa nueva sociedad que se está forjando en el siglo XVIII.

Pero para conseguir que los fieles sean integrantes de una iglesia más local y menos nacional hay que conseguir que la población visualice a una iglesia más comunitaria y menos jerarquizada, una iglesia más cercana a las personas. Volvemos a la misma idea que hemos citado antes. Para ello no dudan en intentar consolidar o incluso potenciar una serie de devociones tradicionales y locales que servirán como nexo de unión para aglutinar alrededor de ellas a fieles de todo tipo y condición, ilustrados, burgueses y pueblo llano. Y como medio de ir restando poder a las cofradías, las elites ilustradas decidieron apostar por las parroquias. Para ello no dudaron en popularizar viejas imágenes devocionales locales que, en muchos casos, se conservaban en las parroquias y que pasaron a estar presentes en sus capillas u oratorios lo que con el paso del tiempo extendería la devoción a esas imágenes y fortalecería el sentimiento de pertenencia a una iglesia local.

Por ello, en este estudio, vamos a centrarnos en estas devociones que protagonizaban no solo la religiosidad popular, sino más bien la religiosidad local zaragozana y que han sido advocaciones a las que rezaron nuestros antepasados durante generaciones y que sirvieron, incluso sirven hoy en día, para crear sentimiento de iglesia local. Detrás de todo ello nos encontramos a los ilustrados zaragozanos que, al contrario, a lo que muchos opinan, no mantienen, en ningún momento, un enfrentamiento ideológico alguno con la Iglesia.

Quiero resaltar que las devociones que he elegido son fruto de una selección personal, no corresponden a ningún criterio de preponderancia de estas sobre otras que no he incorporado. Además, he intentado traer devociones zaragozanas que hoy en día prácticamente están olvidadas y así recuperarlas, más que centrarme en devociones que han tenido protagonismo individual en multitud de estudios y que, por supuesto, hoy en día siguen protagonizando los rezos de los zaragozanos. Por eso observarán que no hablo de la venida de la Virgen del Pilar, ni de San Valero o Santa Engracia… He preferido rescatar del olvido esas otras devociones zaragozanas que en muchas ocasiones servían para dar coexistencia a un grupo social determinado o eran las destinatarias de las oraciones en momentos de pesadumbre o alegría de los zaragozanos del siglo XVIII.

-San Salvador de Horta

Esta devoción zaragozana se articulaba en torno a una cofradía que tenía por sede una capilla del convento de San Francisco de Zaragoza y agrupaba a los zapateros de “obra prima” de la ciudad. A pesar de ser el santo patrón de una profesión en cierta medida minoritaria, San Salvador de Horta, fue una devoción bastante seguida en Zaragoza. En primer lugar porque era un santo muy cercano en el tiempo pues había fallecido en 1567 y beatificado por petición de Felipe III 40 años después; y muy cercano geográficamente pues nació en Santa Coloma de Farnes (Gerona).  En segundo lugar porque ingresó en los franciscanos y tenía esa orden un gran número de devotos en la ciudad, siendo una de las comunidades con más peso en Zaragoza. Y finalmente porque los zapateros fueron un grupo muy conflictivo en cuanto a su organización por las continuas disputas entre chapineros, zapateros y zapateros de obra nueva, lo que los convertía en un sector con bastante repercusión en la ciudad. San Salvador de Horta (toma el nombre por haber estado más de 12 años en el convento de Horta de San Juan) fue elegido como santo patrón por los zapateros porque antes de su ingreso como franciscano ejerció el oficio de zapatero en Barcelona.

Era tal las disputas entre los zapateros de obra vieja (remendones) y los de obra nueva (fabricantes de zapatos) que en el siglo XVII tuvieron que intervenir tanto los Jurados de la Ciudad como el Justicia de Aragón que mediaron en la disputa entre ambos grupos, tras lo cual se separaron ya definitivamente en dos organizaciones independientes[3].

Su festividad se celebraba el 18 de marzo y en la imagen que hemos localizado se representa al beato franciscano sobre unas gradas sosteniendo un crucifijo y mirando a la Virgen con el Niño. En la zona inferior, a la izquierda del Beato, se ve un grupo de mendigos, de los cuales destaca el personaje arrodillado que le increpa[4]. Puede parecer curiosa su devoción en Zaragoza (tiene mucho más peso en Cataluña o Cerdeña que es donde fallece) pero viendo la imagen podemos ver a un San Salvador, el de Horta, (recuerden la Seo) y a una Virgen con Niño, (recuerden, el Pilar), ambos conceptos devocionales muy cercanos a los zaragozanos.

San Salvador de Horta fue canonizado en 1938 por Pio XI.

-Cofradía de Santa Waldesca o Ubaldesca

Si por todos es conocido el patronazgo a los agricultores de santos como San Lamberto, Santa Bárbara o incluso el tan renombrado San Isidro (por cierto, los tres ocupan una misma capilla en la iglesia de San Pablo) mucho más desconocida es la protección a los agricultores zaragozanos de Santa Waldesca o Ubaldesca, pues asi se le conocia en Zaragoza.

La devoción a Santa Waldesca aparece por primera vez a principios del siglo XVII a consecuencia de que el Gran Maestre Lombex, de la Orden de San Juan, envía al Monasterio de Sijena una reliquia de esta santa sanjuanista del siglo XIII. En el Monasterio está de priora en ese momento Doña Serena de Moncayo, quien mandó construir inmediatamente una capilla con su retablo para albergar la reliquia[5].

En dicho retablo, además de la imagen de la Santa titular, encontramos las representaciones de San Vicente Ferrer, Santo Domingo y San Juan Evangelista (lógico por la Orden), y también las imágenes de San Lorenzo y la Venida de la Virgen del Pilar. Esta priora, pertenecía a la importante familia zaragozana de los Moncayo, a quienes posteriormente Felipe III les concedería el marquesado de Coscojuela y que ya en el siglo XVIII ostentarían el título de Condes de Fuentes a través de Francisca Moncayo Blanes, quien casó con Antonio Pignatelli, padres de Don Ramón Pignatelli y Moncayo[6].

Casi con toda seguridad fue esta familia la que introdujo en la ciudad la devoción a Santa Waldesca que se le rezaba en la iglesia zaragozana del Temple (ubicada en la intersección de las calles Santa Isabel y la del Temple, y que desapareció en 1860) y fue la principal promotora de su difusión.

Santa Waldesca, santa protectora en todo el ámbito mediterráneo de la producción del vino, pasó a ser en Zaragoza la protectora de los frutos de la tierra y sobre todo la protectora ante las plagas de langosta, los rayos y el granizo. En la iconografía se muestra a la santa, con hábito sanjuanista, en un paisaje en el que se suele destacar elementos agricolas como espigas o vides.

La devoción a esta Santa Waldesca, o Ubaldesca, como era conocida, está perfectamente extendida a finales del siglo XVII, pues en 1686 el prior de la iglesia zaragozana del Temple Frey Juan Ruiz Lumbier publicó una pequeña obra titulada Vida milagrosa de la Gloriosa Virgen Santa Uvaldesca, de la Orden de San Juan de Jerusalén, especial protectora de los frutos de los campos, contra la langosta, piedras, rayos, etc.[7] en la que ya menciona la existencia de la cofradía zaragozana.

-Cofradía de San Liborio

Si en el caso anterior hemos visto una adscripción local de una devoción universal, en este caso no es así, sino que a San Liborio se le reza en Zaragoza pidiéndole lo mismo que en el resto de Europa, lo curioso es que se le rece en nuestra ciudad con esa devoción que seguramente viene motivada por ser una de las dos únicas ciudades españolas (junto a Barcelona) en la que se veneraba una reliquia del santo francés, obispo de Le Mans.

San Liborio es el santo al que se dirigían las plegarias de muchos hombres en Europa para no caer en “el mal de piedra y orina”. Incluso en su iconografía queda marcada esta protección ya que se le suele representar revestido de obispo y con un libro en una mano sobre el que se colocan tres pequeñas piedras, como símbolo de los problemas urinarios más frecuentes.

Era tal la devoción a este santo francés en Zaragoza que nos aparece como titular en dos cofradías, una llamada Cofradía de Nuestra Señora de los Dolores, San Liborio y las benditas Ánimas del purgatorio (como ven todo muy relacionado con la expulsión de una piedra), fundada en el Convento de Santo Domingo, y la que nos ocupa como santo titular y único, la Cofradía de San Liborio ubicada en el convento de San Francisco.

Esta cofradía ya la encontramos funcionando a principios del siglo XVIII, ya que el 12 de noviembre de 1715 el Papa Clemente XI concede indulgencias a todos aquellos que recen un Padrenuestro y un Avemaría delante de la imagen el día del ingreso en la Cofradía, el día del Santo (en ese momento se celebraba el 23 de julio, actualmente es el 9 de abril) y en cada uno de estos cuatro días: 17 de enero día de San Antonio Abad, el 12 de marzo día San Gregorio Papa, el 17 de julio día de San Alejo, y el 12 de octubre día de Ntra. Sra. del Pilar.

Hemos localizado un pequeño librito del que se recoge la oración y homilía que predicó el franciscano Manuel de Espinosa, Predicador General de Número del Convento zaragozano, el 23 de julio de 1780 para los miembros de la Cofradía en la que describe la biografía y talla moral de San Liborio. Y cuando pasa a detallar las virtudes y protección del santo francés nos explica lo útil de sus rezos ante la enfermedad de la orina de una manera tan sutil que casi pasa desapercibido. Literalmente dice el fraile Espinosa: “Sin embargo la virtud de Liborio se ha declarado especialmente contra unos accidentes delicados frequentes en muchos hombres por su ardiente temperamento o por las fatigas prolixas y habituales del ánimo o por una resulta de la vida sedentaria o por la crasitud de las aguas o por su poca limpieza”[8]. Por cierto, como curiosidad, la impresión de este folleto corre a cargo del impresor zaragozano Luis de Cueto, responsable también de la edición en 1778 de los Estatutos de la Real Sociedad Económica Aragonesa de Amigos del País. Posiblemente a los ilustrados también les preocuparía el “mal de orina”.

-Cofradía de Santa Quiteria

Santa Quiteria es una de las devociones más populares en dos barrios zaragozanos: la Magdalena y San Miguel. En ambas parroquias hay cofradías dedicadas a esta Santa protectora de la enfermedad de la rabia, por lo que se le representa iconográficamente siempre con la palma del martirio y un perro a su lado.

Santa Quiteria se le reconoce como abogada contra la hidrofobia o enfermedad de la rabia por la leyenda de su martirio. Según la tradición y mientras huía de su pretendiente, un soldado romano, se escondió en un gran tronco de árbol donde fue descubierta por un pastor. Tras alcanzar el lugar el romano y amenazar al pastor, éste delato a Quiteria que fue descubierta por su perseguidor y decapitada allí mismo. Cuenta la tradición que en el mismo instante que cayó el cuerpo sin vida de Quiteria, empezó a manar una fuente en ese mismo lugar. En ese momento los perros del rebaño se volvieron rabiosos y atacaron al pastor y éste curó las heridas con el agua que manaba la fuente y sanó inmediatamente. Tanto el pastor como el soldado romano, a la vista del milagro, se convirtieron al cristianismo.

La rabia o hidrofobia era una enfermedad muy peligrosa y fácil de contraer por la gran cantidad de animales sueltos que transitaban por la ciudad: perros, gatos y sobre todo ratas eran la principal fuente de infección. Los remedios populares, sobre todo los aplicados desde finales de la Edad Media, no tenían un porcentaje alto de sanaciones. Cuando eras atacado por un animal rabioso se debía hacer una masa de ruda mojada con miel y sal y colocarlo sobre la herida y cubrirlo con lana sucia durante siete días. Si esto no funcionaba se aplicaba estiércol mezclado con vino añejo[9]. Como ven lo más normal para evitar esta enfermedad, y sus remedios, era rezar a Santa Quiteria.

La cofradía de Santa Quiteria, con sede en la iglesia de San Miguel de los Navarros, está ya documentada en 1464 y en 1692 el Papa Inocencio XII concedió indulgencias a la Cofradía. Por cierto, este Papa, Inocencio XII, napolitano, nació con el nombre de Antonio Pignatelli y es de la familia de los futuros Condes de Fuentes. Como pueden ver esta familia nos aparece continuamente…

Llegó a tener Santa Quiteria tanta devoción en Zaragoza que contó con el patrocinio real en varias ocasiones a lo largo de la historia. Como asi lo hicierón Juan II, Fernando el Católico, el emperador Carlos V, Felipe II, Felipe IV y Fernando VII[10]. Como fue el caso también de Alfonso XII que en 1882 aceptó ser Cofrade de Honor de la cofradía de Santa Quiteria de Zaragoza.

Era tal la devoción a esta Santa que la impresión de imágenes de la misma fue muy abundante durante los siglos XVIII y XIX en los que se registran tiradas de 2000, 5000 o 9000 ejemplares en varias ocasiones.

La verdad es que la rabia comenzó a descender en peligrosidad a finales del siglo XVIII en parte porque los médicos comenzaron a difundir a través de las Reales Sociedades de Amigos del País la manera de tratar una mordedura de animal rabioso: cortar la parte mordida, aplicar ventosas, mantener la herida fresca con agua salada y vinagre y por último aplicar un ungüento de mercurio, trementina y manteca[11].

Faltaba todavía un tiempo para que Pasteur desarrollara la vacuna de la rabia en 1885[12], mientras tanto una oración ante la imagen de Santa Quiteria era un remedio que ayudaría a evitar esta enfermedad mortal.

-Cofradía de San Gregorio Ostiense

En este caso podríamos haber evitado el apellido Ostiense y haber encabezado esta devoción únicamente con el nombre de San Gregorio por la continua y premeditada confusión entre ambos santos “gregorios” que hay en la ciudad de Zaragoza.

La cofradía a la que hacemos referencia en el epígrafe está dedicada a San Gregorio Ostiense. Este santo nació en el siglo X y fue abad del monasterio de San Cosme y San Damián en Roma, hasta que el Papa Juan XVIII lo nombró obispo de Ostia y Cardenal hasta que posteriormente fue enviado a los reinos cristianos de la península como legado papal. Muere en Logroño el 9 de mayo de 1044. La reliquia de la cabeza de San Gregorio se conserva en la basílica de Sorlada (Navarra). Cuenta la tradición que este obispo, uno de los impulsores del Camino de Santiago y el que ordenó sacerdote a Santo Domingo de la Calzada, libró de una plaga de langosta a los campos del reino de Pamplona.

En Zaragoza la cofradía de San Gregorio Ostiense tenía como sede la Iglesia de San Pablo donde se veneraba su reliquia y se vertía agua que se hacía pasar por ella para repartirla entre los agricultores y que estos la echaran sobre los campos para evitar la plaga de la langosta, como la que asoló los campos de Zaragoza en 1480.

En 1686 ya tenemos noticias de la existencia de esta cofradía por la concesión de indulgencias por parte del Papa Inocencio XI y su actividad en el siglo XVIII fue muy intensa.

Pero nos acerquemos ahora a la figura del otro San Gregorio, el Magno. Papa a finales del siglo VI es uno de los cuatro grandes padres de la Iglesia occidental (junto a San Jerónimo, San Agustín y San Ambrosio) y nombrado Doctor de la Iglesia en el siglo XIII.

San Gregorio Magno es venerado por una Muy Ilustre y Antiquísima Hermandad de San Gregorio Magno de la que ya tenemos noticias de ella en el siglo XVI. Cuenta la leyenda que ya existía una ermita dedicada a San Gregorio Magno en los montes de Miralsol en el año 1096[13]. Lo que sí se sabe seguro es que a finales de la Edad Media ya acudían a esta ermita los agricultores del Arrabal a pedir protección al santo para sus cosechas, en el lugar en el que supuestamente había caído agotado el Papa Gregorio en su peregrinaje a rezar a la Virgen del Pilar. Dato legendario y fantástico pues no hay noticia histórica que lo documente, pero sí que puede corresponder al viaje a estas tierras del otro Gregorio, el Ostiense. Tal vez la devoción de los labradores de la margen izquierda fuera similar a los del barrio de San Pablo y confundieran la advocación del Santo protector.

Lo que sí es cierto es que en origen la romería a la ermita de San Gregorio Magno se celebraba el 12 de marzo, conmemorando el fallecimiento del Papa, pero posteriormente se trasladó al 9 de mayo, curiosamente festividad que se conmemora la muerte de San Gregorio Ostiense. Como ven, las devociones de ambos santos se unen en una sola y bien podemos decir que tanto los parroquianos de San Pablo como los del Arrabal veneraron con profusión a “su” San Gregorio. Tal vez el cambio de “apellido” de la devoción no signifique distinto santo, sino una manera de individualizar las devociones de dos zonas urbanas distintas.

-El Niño Jesús de la Madre Ágreda

La devoción a este Niño Jesús no estaba vinculada a ninguna parroquia ni cofradía, sino que estaba vinculada a una de las familias más importantes de Zaragoza, ya que esta figura se encontraba depositada en el oratorio privado de los Condes de Atares (Casa de los Argillo[14]).

Esta imagen del Niño Jesús perteneció a la Venerable Madre María Jesús de Agreda y aun dicen que era la que tenía la Madre Agreda en la celda de su convento. Según la tradición como agradecimiento al obispo de Tarazona, Diego Francés de Urritigoiti (prelado de gran peso en la iglesia zaragozana habiendo ocupado anteriormente los cargos de Canciller del Reino de Aragón, Vicario General del Arzobispado de Zaragoza, y obispo de las diócesis de Barbastro y Teruel[15]) por el continuo apoyo mostrado por el prelado al Convento de Ágreda la Venerable le regalo esta imagen[16].

El obispo lo depositó en la Casa de los Condes del Villar y de aquí pasó a la de los Condes de Atarés al unirse las dos Casas nobiliarias. Gran devoción tenía esta imagen entre los zaragozanos ya que según la tradición cuando le rezaba la Venerable María Jesús de Agreda le contestó en varias ocasiones y fue tal la cercanía que tenía con esta imagen que pasó a denominarla “El Parlerico”. Con este nombre se le conocía en la Casa de Atarés y en la ciudad de Zaragoza a este Niño Jesús.

La devoción por la imagen es tal que muchos enfermos solicitan a los Atarés les lleven al “Parlerico” para pedirle por su salud y nunca se negaron a ello. Incluso dicen que a la imagen del Niño Jesús le cambia el rostro según si se avecinan sucesos trágicos o beneficiosos.

La imagen del Niño Jesús de la Madre Agreda, o Parlerico, era de madera de unos 60 cm de alto y se exponía para su veneración en un nicho cerrado con cristales.

-La Virgen de la Cocina

En el Convento de las Madres Capuchinas de Zaragoza, en el siglo XVIII ubicado en la huerta de Santa Engracia, se hallaba una imagen de gran devoción entre la Comunidad y que trascendía hasta el resto de la población, la conocida como “Virgen de la Cocina”.

En la cocina de este convento había una imagen, que podemos identificar a la iconografía de la Triple Generación, en la que se representa a Santa Ana, la Virgen y al Niño, y este tocando la barbilla a su Madre, de poco más de media vara (unos 40 cm.). La devoción a esta imagen viene por los favores que le otorgo a una monja cocinera llamada Josefa Antonia Arnedo quién contó como en varias ocasiones le había sacado de apuros en los menesteres de la cocina. Cuenta que en una ocasión se le rompió la olla destinada a preparar el guiso de las Madres, y volviéndose hacia la imagen y rezándole, al poco se encontró la olla “unidos los fragmentos de su barro”. Otro suceso que relataba la Madre cocinera fue que un día se le apago el fuego de la cocina y no teniendo lumbre para volverlo a encender le oró a la imagen y apareció una vela “de a libra” (unos 350 gr.) encendida. Incluso esta vela se conservó durante años en la celda de la abadesa, pero cuando esta falleció, una madre que no sabía que era la vela “milagrosa” la prendió para velar el cadáver y se consumió.

Es tal devoción de esta imagen que todos los días la comunidad, tras haber comido, van a orarle en un pequeño altar que construyeron en la cocina[17] y son éstas las encargadas de difundir la devoción de esta imagen mariana en Zaragoza.

Pero como les he explicado al empezar la charla esto sólo es una selección, o puede ser el inicio de un trabajo más extenso, en el que únicamente hemos señalado algunas de las muchas devociones populares zaragozanas del siglo XVIII. El espacio y el tiempo me impiden aumentar esta selección. Además, si me extendiera más, como buenos zaragozanos herederos de nuestros antepasados, deberíamos pedir protección yo a San Blas (protector de la garganta) y ustedes a San Lamberto (abogado de los dolores de cabeza). Muchas gracias.


[1] ÁLVAREZ SANTALO, León Carlos. “Control y razón: la religiosidad española del siglo XVIII”. En V.A. Las cofradías de Sevilla en el siglo de las crisis. Sevilla: Universidad de Sevilla, 1991, p.20.

[2] MANTECÖN NOVELLÁN, Tomás Antonio. Contrarreforma y religiosidad popular en Cantabria. Las cofradías religiosas. Santander. Universidad de Cantabria y Asamblea Regional de Cantabria. 1990, pp.17-27.

[3] REDONDO VEINTEMILLAS, Guillermo. Las corporaciones de artesanos de Zaragoza en el siglo XVII. Zaragoza, Institución Fernando el Católico. 1982, p. 94.

[4] ROY SINUSIA, Luis. El grabado zaragozano en los siglos XVIII y XIX. Zaragoza, Universidad de Zaragoza. 2003, p. 142.

[5] RINCON GARCIA, Wifredo, “Iconografía de Santa Waldesca y Santa Toscana, monjas de la Orden de San Juan de Jerusalén, en el Monasterio de Santa María de Sijena”, en AEA, LXXXII. Madrid. 2009, pp. 410-411.

[6] SERRANO MARTINEZ, Armando. “El linaje del Condado de Fuentes” en Pasión por la Libertad. Zaragoza, Fundación Ibercaja. 2016.

[7] LATASSA Y ORTÍN, Félix. Biblioteca nueva de los escritores aragoneses, volumen 3. Pamplona. 1799, p. 635.

[8] SALINAS, fray Manuel. Oración panegírica de San Liborio, obispo de Mans… Zaragoza. 1780, p.38

[9] JORDAN MONTES J.F. y GONZALEZ BLANCO, A.”Eutanasia infantil en el mundo rural de la España preindustrial” Revista de la Universidad de Murcia. Murcia. Universidad de Murcia, 2004, p.256.

[10] ROY SINUSIA, Luis. El grabado… op.cit. p. 159.

[11] PEDROSA, José Manuel. “La guerra de médicos y saludadores: ciencia, magia y cultura popular en España (siglos XVII-XX), en Revista de folklore, nº 402. Valladolid, 2015

[12] BADIOLA DIEZ, Juan José, “La veterinaria y la sanidad animal en el siglo XIX” en Los Sitios de Zaragoza: alimentación, enfermedad, salud y propaganda. Institución Fernando el Católico. Zaragoza, 2009, pp.35-36.

[13] MADRE CASORRAN, Jesús. En torno a la ermita de San Gregorio. Editado por Gobierno de Aragón y CAI. Zaragoza, 2002

[14] YESTE NAVARRO, Mª Isabel, “Contenedores de arte y espacios expositivos en la ciudad de Zaragoza”, en Revista Artigrama, nº 28. Universidad de Zaragoza. Zaragoza, 2013, p.91

[15] CALVERA NERIN, Enrique, “Episcopologio de Barbastro-Monzón” en Aragonia Sacra nº XVI-XVII. Zaragoza. 2003, pp. 24-25

[16] FACI, Roque Alberto. Aragón Reyno de Christo y dote de María Santísima. Zaragoza. 1739 (edición de 1979), p.37

[17] FACI, Roque Alberto. Aragón Reyno de Christo y dote de María Santísima. Zaragoza. 1739 (edición de 1979), p.394.